| Francisco decidió sumarse a las celebraciones del Día de los Enamorados. La convocatoria fue exitosa ya que unos 20.000 enamorados quisieron estar junto al papa argentino. A tal punto, que el Sumo Pontífice se vio obligado a trasladar el acto, que iba a hacerse en el Aula Magna Paulo VI en el interior del Vaticano, a la plaza de San Pedro.
Desde las 11 de la mañana, hora de Roma (las 7 en la Argentina), empezaron a llegar los novios para esperar la palabra del Papa. Todo se centraba en "la alegría del sí para siempre", junto a una bendición y un obsequio de Francisco: un cojín (o almohadón) para llevar las alianzas al altar.
Los organizadores aseguraron que la mayoría de las parejas, jóvenes que "se están preparando para el matrimonio o ya tienen fecha para la boda", son italianas, país donde hubo más de 18.000 inscriptos; en segundo lugar vienen los franceses.
Para monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Consejo, el desborde de concurrencia "demuestra que hay jóvenes contra la corriente que desean que su amor dure para siempre y sea bendecido por Dios, aún si el mundo en el cual viven no cree que los lazos duren eternamente sino que está bien que cada uno piense en sí mismo".
Paglia dijo a Radio Vaticana que "es importante ver que existe un deseo profundo de edificar una familia, de afrontar juntos el futuro en un mundo en el cual se cree que esto es imposible, demasiado difícil o que uno debe casarse recién cuando todos los problemas están resueltos, perdiendo por lo tanto ese sueño de construir juntos un futuro para sí y para los hijos".
El monseñor remarcó, además, la necesidad de "redescubrir el amor" en "un mundo individualista": "No hay duda de que en un mundo líquido, en el que los sentimientos van y vienen, porque al final son sentimientos egocéntricos -el amor quiere decir construcción, quiere decir pasiones comunes, quiere decir también esfuerzo".
Este festejo surge también de la voluntad del Papa Francisco de promover y reforzar la preparación para el sacramento del matrimonio.
La Iglesia Católica busca también devolverle su sentido primigenio a una fiesta que últimamente se ha difundido mucho pero con carácter laico, cuando su origen es religioso.
San Valentín, patrono de los enamorados, fue un obispo del siglo III después de Cristo, que, desafiando una prohibición del emperador romano Claudio II, casaba a parejas jóvenes a escondidas. Fue encarcelado y martirizado el 14 de febrero de 270. Muchos años más tarde, en el 495, y para contrarrestar las fiestas paganas de los romanos, llamadas Lupercales, dedicadas al amor y la fecundidad, el papa Gelasio I, decidió reivindicar el día de San Valentín.