Sociedad | La homilía del santo Padre en la Misa Crismal junto al clero de la diócesis de Roma ha tenido tres líneas claves fundadas en el Espíritu Santo. A los sacerdotes, el Papa ha pedido cuidar la unción y el trato con el Espíritu Santo, vivir una “segunda llamada” y ser artífices de unidad.
La tercera persona de la Santísima Trinidad ha sido el centro de la homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal, celebrada en la Basílica de San Pedro junto a la Curia vaticana y el clero de la diócesis de Roma. En esta Misa, en la que los presbíteros renuevan las promesas sacerdotales y se bendicen los santos óleos el Papa ha querido detenerse en la unción del Espíritu Santo y la figura de la tercera persona de la Trinidad.
“Sin el Espíritu del Señor no hay vida cristiana y, sin su unción, no hay santidad” ha comenzado diciendo el Santo Padre, que ha recordado a los sacerdotes que el Espíritu Santo es “el origen de nuestro ministerio”.
De hecho, ha subrayado el Papa, “sin Él, tampoco la Iglesia sería la Esposa viva de Cristo, sino a lo sumo una organización religiosa”. Tarea primordial de los sacerdotes, “elegidos, ungidos del Señor” es, en palabras del Papa, “cuidar la unción.
“El Señor no sólo nos ha elegido y llamado, de aquí y de allá, sino que ha derramado en nosotros la unción de su Espíritu, el mismo Espíritu que descendió sobre los Apóstoles” ha destacado el Papa.
Fijándose en estos primeros seguidores de Cristo, el Pontífice ha subrayado el giro radical que supuso la segunda unción, la segunda llamada: “Jesús los eligió y a su llamada dejaron sus barcas, sus redes, sus casas. La unción de la Palabra cambió sus vidas. Con entusiasmo siguieron al Maestro y comenzaron a predicar” pero al llegar la Pasión, pueden más su cobardía, su ignorancia espiritual, como ha definido el Papa: “El ‘no conozco a ese hombre’ que Pedro pronunció en el patio del sumo sacerdote después de la Última Cena, no es sólo una defensa impulsiva, sino una confesión de ignorancia espiritual”.
“También para nosotros hubo una primera unción, que comenzó con una llamada de amor que cautivó nuestros corazones”, ha continuado el Santo Padre, “luego, según el tiempo de Dios, llega para cada uno la etapa pascual, que marca el momento de la verdad.
De esta etapa de adversidad, de crisis, que siempre llega, como ha recordado Francisco, “se puede salir mal parado, deslizándose hacia una cierta mediocridad, arrastrándose cansinamente hacia una “normalidad” en la que se insinúan tres tentaciones peligrosas: la del compromiso, por la que uno se conforma con lo que puede hacer; la de los sucedáneos, por la que uno intenta “llenarse” con algo distinto respecto a nuestra unción; la del desánimo, por la que, insatisfecho, uno sigue adelante por pura inercia. Y aquí está el gran riesgo: mientras las apariencias permanecen intactas, nos replegamos sobre nosotros mismos y seguimos adelante desmotivados”.
El Papa ha definido este peligro como el de convertirse en clérigos de estado, en lugar de pastores del pueblo. Recordando a los sacerdotes que pasan por momentos de crisis, el Papa ha destacado que el paso a la madurez sacerdotal pasa por el Espíritu Santo: “cuando Él se convierte en el protagonista de nuestra vida, todo cambia de perspectiva, incluso las decepciones y las amarguras, porque ya no se trata de mejorar componiendo algo, sino de entregarnos, sin reservarnos”.
Por todo esto, Francisco ha animado a los sacerdotes a que “invocar al Espíritu no sea una práctica ocasional, sino el aliento de cada día. Yo, ungido por Él, estoy llamado a sumergirme en Él”. El Papa se ha querido referir además al Espíritu Santo como generador de “armonía que lo une todo”.
“Piensen en un presbiterio que no está unido, no funciona”, ha señalado el Papa, “Él suscita la diversidad de los carismas y la recompone en la unidad […] Tengamos cuidado, por favor, de no ensuciar la unción del Espíritu y el manto de la Madre Iglesia con la desunión, con las polarizaciones, con cualquier falta de caridad y de comunión”.
El Papa ha querido terminar su homilía con una llamada a “custodiar la armonía, empezando no por los demás, sino por uno mismo; preguntándonos: mis palabras, mis comentarios, lo que digo y escribo, ¿tienen el sello del Espíritu o el del mundo? Pienso también en la amabilidad del sacerdote: si la gente encuentra incluso en nosotros personas insatisfechas, solterones descontentos, que critican y señalan con el dedo, ¿dónde descubrirán la armonía?”.
El rito de la misa crismal ha continuado su curso habitual con dos momentos singulares: la renovación de las promesas sacerdotales y la bendición de los santos óleos. La próxima gran celebración de estos días será esta misma tarde con la celebración del Jueves Santo, inicio del Triduo Pascual.