Política | Marca un cambio significativo en Siria. Mientras el país celebra el fin de la dictadura, los rebeldes enfrentan el desafío de sanar las profundas divisiones internas y reconstruir una nación devastada por la guerra.
La caída de Assad desató celebraciones en todo el país, especialmente en la capital, Damasco, donde multitudes se reunieron en las mezquitas para rezar y en las plazas para cantar consignas contra el presidente derrocado.
Al amanecer, se escucharon disparos al aire, presumiblemente realizados por jóvenes que encontraron armas abandonadas por las fuerzas de seguridad.
La Plaza de los Omeyas, ubicada en el centro de Damasco, se llenó de personas ondeando banderas de la antigua Siria, la cual fue adoptada por los revolucionarios y precede al actual régimen de Assad.
En las imágenes de la celebración, se veían ciudadanos entrando en el Palacio Presidencial, algunos de los cuales salían cargando objetos robados, como platos y otros enseres domésticos.
A pesar de la euforia, Siria sigue siendo un país profundamente dividido y devastado por años de conflicto.
Los rebeldes han llamado a la unidad, haciendo hincapié en que Siria debe ser para todos, independientemente de la etnia o religión.
Anas Salkhadi, un comandante rebelde, intentó tranquilizar a las minorías religiosas y étnicas del país, asegurando que “Siria es para todos: drusos, suníes, alauíes y todas las religiones. No trataremos a la gente como lo hizo la familia Assad”.
El periódico sirio al-Watan, tradicionalmente afín al gobierno, publicó un editorial que celebraba la caída de Assad, aunque con una mirada de reconciliación. "Estamos ante una nueva página para Siria. Agradecemos a Dios por no derramar más sangre", señaló el diario, llamando a los medios de comunicación a no ser culpados por haber difundido las versiones oficiales del gobierno en el pasado.
A medida que las celebraciones se desataban, el paradero de Bashar al-Assad sigue siendo incierto. Según informaciones de observadores y diplomáticos, se especuló con la posibilidad de que Assad haya abandonado el país en un vuelo hacia un destino desconocido, tras un video que mostró a funcionarios escoltándolo fuera de su oficina en Damasco.
Mientras tanto, la comunidad alauí, a la que pertenece Assad, hizo un llamado a la calma y la unidad, instando a los jóvenes sirios a “no dejarse arrastrar por lo que desgarra la unidad de nuestro país”.
En Damasco, la embajada de Irán fue saqueada por desconocidos, con imágenes de AP mostrando ventanas rotas y documentos esparcidos por el vestíbulo, lo que subraya el creciente desorden en la capital. A pesar del cambio de régimen, Siria enfrenta un futuro incierto.
El Primer Ministro sirio, Mohammed Ghazi Jalali, declaró que el gobierno está dispuesto a "tender la mano" a la oposición y transferir el poder a un gobierno de transición. Sin embargo, las facciones rebeldes siguen divididas, y la tarea de reconstruir un país destrozado por más de una década de guerra será un desafío monumental.
La caída de Assad marca un hito en la historia de Siria, pero también abre un capítulo incierto para el futuro político del país y para sus relaciones internacionales, especialmente con actores clave como Irán, Israel y Turquía.