FÚTBOL | El equipo de Brasil le ganó a Boca 2 a 0 y ganó invicto el certamen continental.
El encuentro, revancha del 1-1 de la ida del miércoles pasado en la Bombonera, se jugó en el estadio Pacaembú de San Pablo y le permitió al Corinthians consagrarse como campeón invicto (el último había sido justamente Boca Juniors, en la edición 1978).
Corinthians era, en esos minutos iniciales, una invitación: con sus jugadores nerviosos e imprecisos, se mostraba como un equipo desordenado, con muchos espacios por las bandas; ineficaz en la defensa (sobre todo tirando el achique contra la velocidad de Mouche) y completamente inofensivo en la línea de arriba.
Pero de a poco se fue imponiendo la aspereza, y el partido, como el de la ida en la Bombonera, se hizo chato. Pobre. Equilibrado y trabado.
Casi una final de la Libertadores de los 60, aunque el árbitro colombiano Roldán controló acertadamente la situación con dos amonestaciones tempraneras, a Chicao y Mouche.
En el complemento,a los 8m, Emerson (el mejor hombre del local) recibió dentro del área un tacazo de Danilo (después de un centro desde la derecha y algunos cabezazos imprecisos) y batió a Sosa con un derechazo al medio del arco.
Corinthians, entonces sí, se recostó definitivamente cerca de su área (con su cierta rusticidad, vale aclararlo, ya era ajeno desde antes a la historia del fútbol brasileño).
Falcioni apostó al ingreso de Cvitanich en el lugar de Ledesma para ganar peso ofensivo y tuvo el empate en la cabeza de Caruzzo.
Pero resolvió Cassio, y en la siguiente el Corinthians lo remató: Schiavi erró un pase hacia el propio Caruzzo (último hombre), Emerson interceptó y se fue derecho, solo, 26m, al 2-0.
Después, el "Timáo" (sus 40 mil almas en el estadio, sus 30 millones de hinchas) se dedicó a conservar la diferencia; a rechazar sin rubor, ante la necesidad, a la tribuna; a saborear la posibilidad de un tercer gol.
A palpitar, más allá de formas, de gustos o de estilos, la gloria legítima que logró. A Boca, descolorido, que no generó peligro real a lo largo del encuentro, le quedó apenas la impotencia. Y... tal vez los rumores convertidos en tristes certezas.