Viernes 25 de Mayo de 2018, 17:42

"Ser sal y luz"

Sociedad | Monseñor Héctor Zordán encabezó el Tedeum en la Catedral de Gualeguaychú, con la presencia del Gobernador.


El Obispo de la diócesis de Gualeguaychú, Monseñor Héctor Zordán, ofreció esta mañana, en la Catedral de la ciudad del Sur entrerriano, el tradicional Tedeum con motivo de un nuevo aniversario, el 208, de la Revolución de mayo. "¡Qué lindo volver a encontrarnos aquí, en esta casa que reúne a los creyentes en Jesús! ¡Qué bueno encontrarnos como hombres y mujeres de fe, para alabar y celebrar a Dios que ha hecho cosas grandes por nosotros a lo largo de la historia de nuestra Patria!", exclamó. Para el religioso la Palabra de Dios, que siempre es viva y actual, "quiere iluminar nuestro encuentro; echar una luz nueva sobre nuestra historia y guiar el camino de nuestra vida personal". "Nosotros creemos que la Palabra de Dios es eficaz: hace lo que dice; por eso ilumina nuestra vida, nos ofrece certezas para vivir y no abre una gran esperanza para mirar el futuro", dijo Zordán. "En la primera lectura, del profeta Ezequiel, se nos ofrece una visión simbólica: el profeta que es llevado misteriosamente hasta un valle lleno de huesos resecos y desparramados, y es invitado a anunciarles que vivirán con una nueva vida que procede del soplo de Dios. Es la imagen profética de la restauración del pueblo de Israel, pueblo elegido por Yavé, pueblo con el que Dios había hecho Alianza para siempre", explicó. Y En este día en que conmemoramos el inicio del proceso de la formación de nuestro pueblo argentino dijo Zordán: "queremos pedirle a Dios que esta profecía nos ilumine; ilumine nuestra historia y, sobre todo, nuestro futuro, como lo hizo en su tiempo con el pueblo de Israel en crisis". "De entrada, no más, la Palabra de Dios dice que es el Espíritu -el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios- quien guía a Ezequiel hasta el valle de los huesos secos. Podemos preguntarnos si vinimos a esta celebración, al Tedeum, sólo por compromiso o protocolo, o si también dejamos un espacio en nuestro corazón para que Espíritu nos guíe... Si llegamos a descubrir que hoy “la mano del Señor se posó sobre mí” -sobre nosotros, sobre cada uno- y nos trajo hasta aquí, ciertamente saldremos con la esperanza cierta de la restauración anunciada por Dios y tan esperada por el pueblo", prosiguió el Obispo. "El Espíritu nos guió hasta aquí, hasta este valle para hacernos descubrir lo lindo de sentirnos pueblo -herederos de una misma historia, habitantes de un mismo suelo, constructores de un futuro en común- y para hacernos experimentar el amor inmenso que Dios nos tiene. El profeta tiene una primera visión muy "realista" de lo que acontecía -¡hasta demasiado cruda, podríamos decir!-: ve numerosos huesos desparramados y resecos, sin vida, sin presente ni futuro... Ésta es sin duda una visión muy realista, que no niega lo evidente. Pero, por otro lado, escucha una voz que lo interpela, que lo saca de esa mirada tan crítica y derrotista, y lo invita a generar una mirada más profunda y esperanzada de lo que está viendo, de lo que está viviendo", describió. La voz -según explicó el Obispo- le dice: "¿Podrán revivir estos huesos?". Esta voz quiere resonar en este momento en nuestro interior al contemplar nuestra realidad histórica; y ofrecernos la certeza de que Dios ya está actuando haciendo revivir lo que aparentemente ante nuestros ojos está seco y desparramado. Dios siempre tiene la última palabra; y su palabra siempre es una palabra de vida… "¡Tú lo sabes, Señor…!". ¡Ésta es la respuesta que queremos darle a Dios y a nuestros hermanos! No venimos a rezar evadiéndonos de nuestras responsabilidades, sino con la convicción de que podemos ser “sal” y “luz”, asumiendo la misión que Jesús nos confía". "¡Qué lindas las imágenes que usa el Señor para hablarnos de la incidencia positiva, iluminadora, constructiva del cristiano y del hombre y la mujer de buena voluntad en medio de una comunidad humana! Ser como la sal, que no se nota cuando está presente porque su presencia es muy discreta y respetuosa, pero que se nota muy bien cuando no está…; la cosa ya no tiene el mismo gusto; no podríamos disfrutarla como nos gustaría... Ser como la luz, de la que nos damos cuenta recién cuando falta y ya no podemos ver colores ni formas, ni podemos caminar porque corremos el riesgo de llevarnos todo por delante y arruinarlo todo… ¡Esa es nuestra misión! Es mi misión; es tu misión… Ser sal y luz en medio del mundo…", reflexionó. Y por eso en el tramo final consideró que confiar en el Señor -como lo hizo y como nos enseñó el profeta Ezequiel- "nos lleva a comprometernos con los hermanos, nuestros vecinos, aportando lo poco o mucho que podamos para la construcción de un mundo nuevo, de una nueva Patria, de una nueva ciudad, y asumiendo así nuestra vocación de ciudadanos del mundo y constructores de una nueva civilización del amor".